Experiencias auténticas de quienes ya lo vivieron: relatos de estudiantes, para estudiantes.

Álvaro Sánchez

22 años, de Madrid a Dublín

«Pensé que hacer amigos sería automático. Que en cuanto llegara al campus, alguien me diría ‘vente con nosotros’. Pero no. Me sentía como si todos ya tuvieran sus vidas montadas. Me pasé semanas comiendo solo. Y encima llovía todos los días. Un día me obligué a ir a una reunión del club de fotografía, aunque ni me gusta mucho. Y ahí conocí a los que hoy son mis colegas de todo. Nadie me dijo que hay que tener paciencia y salir de tu zona cómoda. Pero si no lo haces, te pierdes lo mejor.»

Claudia Serrano

19 años, de Sevilla a Bruselas

«Lo que más me costó fue no tener a nadie con quien hablar mi idioma los primeros días. Pensé que sería fácil adaptarme porque ya hablaba inglés, pero una cosa es hablarlo y otra muy distinta es vivir en él 24/7. Me agotaba. Sentía que no podía expresarme como realmente soy, y eso me hacía sentir invisible. Nadie me advirtió que la barrera no era solo lingüística, sino emocional. Poco a poco empecé a soltarme, a dejar de traducir todo mentalmente, y encontré un grupo de Erasmus que me hizo sentir parte de algo. Si pudiera volver atrás, me diría a mí misma: respira, no estás sola, solo necesitas tiempo.»

Lucía Morales

20 años, de Valencia a Lyon

«Yo no sabía lo difícil que sería encontrar alojamiento. Lo tenía todo planificado menos eso. Las residencias estaban llenas y los alquileres eran carísimos. Estuve en un Airbnb dos semanas mientras buscaba, y fue un estrés horrible. Además, todos los contratos estaban en francés legal, y no entendía nada. Terminé firmando con una chica que conocí en una visita guiada y ahora somos amigas. Pero nadie me habló del caos del principio, ni de lo importante que es tener un plan B para vivir. Fue caótico, pero también fue el comienzo de muchas cosas buenas.»